Cuando los grupos subimos a la misión de los Ángeles del Tukuko generalmente esperamos uno de los momentos más significativos (ver la cara del indio en nuestra montaña) y desde entonces nos sentimos bienvenidos a esta tierra de Dios que necesita experimentar su presencia en el amor cercano que los Misioneros llevamos con gran entusiasmo. Pero lo más importante radica en que cuando veo al verdadero indio frente a mí, aquel indígena que aún callado gime de angustias, pobreza, desesperanza, desamparo, tristeza y lamentablemente de hambre de pan y de Dios mismo.
En esta oportunidad, a lo largo de tantos años visitándoles constantemente e incorporarlos como parte de mi ser, dentro de mi corazón, estos indígenas me han regalado la buena nueva de entrar en sus casas para anunciarles que Dios tiene un tesoro invaluable y que consiste en su Amor que se da sin Fronteras. El mayor regalo de cumpleaños para mí, estar en medio de ellos, sentir que Jesús me daba la alegría de resucitar y vivir un año más. La pascua Misionera consiste para mí en una sorpresa que no termino en descubrir día a día, el Señor sin dejarse ganar en generosidad me permite estar en el pueblo donde la gente canta, baila, cuenta sus penas, se ríen de mis ocurrencias, comparten lo que tienen y con grandes detalles se dan a cada uno de los que les visitábamos, e inclusive nos mojamos como signo de bautizo en la comunidad (como excusa para apaciguar el inclemente calor que nos azotaba en las incansables actividades con la comunidad Yukpa). Vivir una experiencia de misión en el Tukuko, es ver la cara de Dios, es hablar su mismo Idioma: El Amor, es un vaciarse para llenarnos de esa gentileza, es un proceso de apertura a una realidad palpitante, es sentirse como en casa; ¡yo me siento en mi propia casa!
Encuentra el Tesoro de Dios, es el amor ¡slogan de mi pascua juvenil!…
Precisamente el encuentro con un Dios que no caduca, que ha sido fiel a su promesa para conmigo en regalarme vida y en abundancia, que me ha regalado experimentar su vida y misterio pascual, que es la del hermano Yukpa, que me regala vivir el don de la Hospitalidad como opción de vida por medio de las Hermanas, un Dios que se queda pequeño delante de cualquier cosa maravillosa y mágica que la vida me ha presentado, vivenciando su amor fraterno, ágape, un amor hecho canción, hecho carisma congregacional CARIDAD, un amor real que vive de la verdad y lucha por el semejante como lo marca la brújula: ahí donde esta tu tesoro, esta tu corazón y tangiblemente me regala ser testimonio en mi casa, en medio de mi familia, llevando la fe hasta tal punto que mi propia madre experimentara y descubriera por sus propios ojos eso que desde hace 12 años vengo contándole que me enamora y me hace tan Feliz… ¡Soy de la Familia de Dios! siiiiii… Anhelos, trabajos, 90 jóvenes, miles de historias, un pueblo difícil, una misión y la alegría de resucitar alberga mi corazón. Y ¿Cómo le pagaré al señor todo el bien que me ha hecho? Sal. 115.